viernes, 12 de diciembre de 2008

La niña de nieve

Un hermoso día de Invierno caían multitud de copos de nieve, sobre la ciudad.
Estrellas blancas que cubrían calles y tejados.

Una niña reía feliz en el parque al sentir la caricia de la nieve sobre su cara.
Alargó su manita deseando atrapar una de esas estrellas para conservar junto a ella ese tesoro blanco. Los copos de nieve resbalaban entre sus dedos, y ella seguía riendo y bailando feliz.
¡Había tantos!

La niña entonó una canción:

Venid, copos de nieve, venid.
Cubridme, estrellitas blancas.
Quiero ser como vosotras,
quiero ser una niña de nieve.

Una niña de nieve quiero ser.

Su deseo fue escuchado, y mientras la niña giraba y cantaba esa canción, un remolino de nieve la cubrió conviertiéndola en una estrella blanca.

Le pidió al viento que soplara fuerte porque quería viajar, y el viento así lo hizo.

Cuando sientas que un copo de nieve roza tu mejilla, es la niña que quiere regalarte un beso. Y cuando sientas que suenan campanillas en tu interior al ver nevar, es ella que ríe feliz porque está junto a su amor, la Nieve.

martes, 25 de noviembre de 2008

El León

Ruge el León,
valiente y fiero.
El bosque tiembla
muerto de miedo.

Con su melena al viento,
y sus fauces abiertas
en un mudo intento
de aliviar su dolor.

Los árboles asustados
se esconden tras las montañas
y los pájaros, cobardes
adelantan su migración.

Zarpas poderosas
henchidas de rabia.
El León ruge fiero,
aliviando su dolor.

viernes, 21 de noviembre de 2008

El caracol y su amiga la mariquita

Había una vez, un caracol que salió a pasear, cuando de repente ... empezó a llover.
¡Pling, pling, pling...! caían las gotas de lluvia sobre el caracol.

Este caracol tenía mucho miedo al agua, así que en cuanto empezó a llover se metió dentro de su caparazón.

Llegó su amiga la mariquita.
-Toc, toc, toc. Caracol, sal, vamos a jugar.
-No quiero -contestó el caracol- está lloviendo y a mí me da mucho miedo el agua.

La mariquita al escuchar al caracol se fue a su casa y cogió un paragüas muy, muy grande que tenía y que era de color rojo, y volvió a buscar al caracol.

-Toc, toc, toc -llamó la mariquita-. Sal, caracol.
-No quiero -contestó el caracol- vete mariquita. Ya te he dicho que no quiero jugar contigo porque está lloviendo.
-Pero traigo un paragüas muy grande para que no te mojes. Sal y lo verás.

El caracol asomó la cabecita con cuidado y vio ese paragüas tan grande, y le dijo a la mariquita: "ahora sí que podemos jugar. Los dos debajo de ese paragüas no nos mojaremos".

Y el caracol y su amiga la mariquita pasaron una tarde muy divertida jugando debajo de ese paragüas rojo tan grande.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El niño de la Luna

La Luna sonríe
porque su niño la mira,
la Luna sonríe
porque su niño la llama.

Espérame, Luna mía
espérame, que ya voy.

Cogeré una escalera
de peldaños plateados,
una escalera infinita
para llegar hasta tí.

Mis brazos te rodearán,
y mis dedos cosquillas
en la nariz te harán.

Sonríe, Luna, sonríe,
tu niño, ya cerca está.

viernes, 31 de octubre de 2008

El caracol intelectual

Lee el caracol
al salir el sol,
un libro muy tristón.

Se quita las gafas
y apenado suspira,
¡Ay, qué triste estoy!

Dos lágrimas le caen
y sus cuernos esconde.
Está triste el caracol.

El viento le susrra:
no te escondas caracol
que hoy brilla el sol.

Y las flores le cantan:
sal, caracol, sal,
que la fresca hierba,
anhelante espera.

Y el caracol intelectual,
sale a pasear,
con sus cuernos al sol
y cara de felicidad.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Nana para Alejandro

Duerme, amigo mío
duerme feliz,
que una nana, yo
cantaré para tí.


Las nubes, de ternura
te envolverán
y las estrellas con su luz,
tu sueño vigilarán.


Duerme, amigo mío
duerme feliz,
que una nana, yo
cantaré para tí.

Con la música de sus arpas,
los ángeles te arrullarán,
y la luna una cuna
muy hermosa, fabricará.

Duerme, amigo mío
duerme feliz
que una nana, yo
cantaré para tí.

domingo, 19 de octubre de 2008

I

Subir y bajar, subir y bajar,
un niño en el columpio
el cielo quiere alcanzar.

II

Los niños se deslizan
la escalera suben,
el tobogán sonríe.

III

Arriba y abajo, arriba y abajo.
Sentados uno frente al otro,
al balancín van acompañando.

IV

Cuerdas, anillas, escaleras.
A los monos imitan
cuando los niños trepan.

V

La pelota va y viene,
al fútbol juegan
sus risas despegan.

martes, 30 de septiembre de 2008

El palacio del mar

Cuenta la leyenda, que una mañana, mientras la princesa se bañaba en el mar, se creó un remolino de agua tan grande que se la tragó.

Sus padres, los reyes, al escuchar sus gritos acudieron a la playa pero no pudieron hacer nada. La princesa desapareció bajo el mar.
Todas las mañanas, la reina bajaba a la playa con la esperanza de que el mar le devolviera a su hija. Pero no sucedió.

Cuenta también la leyenda, que el rey Neptuno, al verla tan hermosa, se enamoró de ella. La transformó en sirena y le construyó un hermoso palacio de coral, adornado con delicadas perlas.

Muchos pescadores, dien haber visto al amanecer el palacio del mar, y haber escuchado a la princesa Marina, cantar. Su voz embriaga de felicidad a todo aquél que la escucha.

-¿Tú viste el palacio del mar, abuelo?
-Sí, es tan hermoso como dice la leyenda. Y también escuché a la princesa cantar.
-¿Y no quieres volver a oírla?
-La oigo todos los días, cariño; cuando tu abuela canta o cuando os oigo reír. No necesito perseguir una leyenda para ser completamente feliz.

El reino de las nubes

El reino de las nubes, es un lugar para soñar.
Un reino de colores, de risas y algodón, donde los sueños se pueden realizar.

Serás pirata de los siete mares, y un tesoro escondido encontrarás.
Serás un valiente príncipe, que rescatará a la princesa del malvado dragón.
Lo que tú quieras, serás.

Entre nubes de algodón, saltaremos y jugaremos. Mucho nos divertiremos.
Ven, pequeño mío, cógete de mi mano. Juntos, el reino de las nubes visitaremos, y allí, muy felices seremos.

La Feria

I

El tíovivo gira
la música suena
los caballitos brincan.

II

Nube de algodón
azúcar rosado
rostro pringado.

III

Niños y adultos
manos unidas
anchas sonrisas.

IV

Muerdo el caramelo,
la manzana cruje
en el palo sube.

V

La noria se eleva,
cestas de colores
del suelo despegan.

domingo, 31 de agosto de 2008

El tíovivo mágico

Cuatro figuras tiene el tíovivo mágico:
un unicornio blanco y un fiero león alado,
una dulce sirena y un travieso caballito de mar.

Viajarás a las estrellas o
visitarás el fondo del mar.

Dime, niña mía
¿en cuál de ellos te montarás?

La música suena y el tíovivo gira. Gira
llevando a los niños a mundos de sueños,
risas y felicidad.

¿Oyes a los niños?
Ríen, ríen sin parar.
Dime, niña mía.
¿No quieres montar?

Gira, hermoso tíovivo, gira
y hazme niña una vez más.

sábado, 16 de agosto de 2008

La rana

Croac, croac, cantaba la rana,
croac, croac, sentada en su charca.
Croac, croac, la vio una princesa,
croac, croac, de rosas y fresas.

En la frente a la rana besó,
pero en príncipe no se convirtió
y la princesa, triste se marchó.

Croac, croac, cantaba la rana,
croac, croac, sentada en su charca.
Croac, croac, feliz y contenta,
croac, croac, en su trono de menta.

viernes, 15 de agosto de 2008

Las luciérnagas

Brillan las luciérnagas en la noche,
como pequeñas estrellas del bosque.
Su luz titila formando constelaciones
de cuentos, juegos y diversiones.

Brillan las luciérnagas en la noche,
como pequeñas estrellas del bosque.
Guijarros de luz que el camino muestran
a los soñadores que las encuentran.

Gotas de lluvia

Pling, pling, pling
las gotas de lluvia,
sobre los cristales,
crean una sinfonía.

Pling, plimg, pling
melodía de agua,
y de fantasía.

Pling, pling, pling
las gotas diminutas,
cual hadas plateadas,
cantan, juegan y bailan
al corro de la patata,
cogiditas de la mano.

Pling, pling, pling
hermoso regalo nos dan
formando ríos y charcos.

Pling, pling, pling
las gotas de lluvia,
¡Qué alegres están!

sábado, 2 de agosto de 2008

Nana, para Esther

Duerme, mi niña.
Duerme tranquila.
La luna y las estrellas,
vigilando tu sueño están.

Duerme, mi niña.
Duerme tranquila.

De arrullos y mimos
tu cuna llenarán,
llevándose las pesadillas,
para que no vuelvan más.

Duerme, mi niña.
Duerme tranquila.

No temas a la noche,
las estrellas la iluminarán.
Y la luna una sonrisa
bella y hermosa te regalará.

Duerme, mi niña.
Duerme tranquila.
La luna y las estrellas,
vigilando tu sueño están.

La cometa

Sube, sube la cometa,
el cielo quiere alcanzar
dejando una estela
de colores e ilusiones,
un camino de felicidad.

Sube, sube la cometa,
su sueño logra alcanzar.
Vivir entre nubes y estrellas
y con los dulces ángeles, jugar.

lunes, 28 de julio de 2008

En el fondo del mar

En el fondo del mar,
se esconde un tesoro.
Un cofre lo guarda,
¿quién lo encontrará?

Las sirenas callan,
guardando el secreto.
Los delfines las rondan,
quieren hacerlas cantar.

Caballitos y estrellas de mar
alrededor del cofre bailan.
¿Dónde están las llaves?
¿Quién las encontrará?

El niño que lo consiga
muy afortunado será.

jueves, 17 de julio de 2008

El país de los deseos

El país de los deseos es un reino lejano y escondido. Sólo los niños que creen en la magia lo pueden encontrar.


Anabel cogió su mochila y les dijo adios a sus juguetes y a sus papás.
-Me voy a buscar el país de los deseos -dijo.

Sus papás se rieron, porque pensaron que era otra de las muchas ocurrencias de su imaginativa hija.
-Muy bien, cariño. ¿Y cuándo volverás?
-Cuando encuentre al hada de los deseos. Quiero pedirle que Elena se ponga pronto buena.

Sus padres se miraron muy tristes al oírla.

-Anabel, verás. El hada de los deseos, no existe. Es tan sólo un cuento. Pero no te preocupes. Los médicos están cuidando muy bien a Elena. Pronto se pondrá buena.
Pero Anabel vio la tristeza reflejada en los ojos de sus padres. Su amiga no saldría del hospital.
Entró llorando en su habitación.

-¿Qué te pasa Anabel? -le preguntó Margarita, su muñeca.
-Que el país de los deseos no existe, ni el hada. Y Elena no se pondrá buena.
-¿Tú crees en la magia?
-Claro -contestó Anabel.
-Pues si crees en ella, encontrarás el país de los deseos y al hada -le dijo Margarita.
-¿Cómo?
-Cierra los ojos. Piensa con mucha fuerza: quiero ir al país de los deseos. Quiero ver al hada. Quiero ir al país de los deseos. Quiero ver al hada.

Anabel así lo hizo. Y cuando los abrió, se encontró en un salón de mármol, rodeada de muchos niños.
-¿Dónde estoy? -preguntó.
-En el palacio del hada de los deseos. Este es el salón de recepción -le dijo una niña.
-Oh!¿Entonces existe?
-Pues claro. Si no, no estarías aquí.
-Tienes que apuntar tu deseo en ese libro de ahí -le dijo otro niño-. Pero ten cuidado, porque si es un deseo egoista aparecerá un cocodrilo y te comerá.
-¿Y ya se ha comido a algún niño? -preguntó Anabel, un poco asustada.
-Sí. A una niña que quería ser la más guapa de la clase. A un niño que quería tener más juguetes que su hermano; a otro niño que quería ser el más fuerte, para pegar a los demás...
-¡Uff. Cuántos! ¿Y tú, ya has escrito tu deseo?
-Sí. Yo le he pedido que mi hermanito hable. Mis papás están muy tristes, y yo sé que es porque mi hermanito no sabe hablar.
-Pues yo le voy a pedir que Elena se ponga pronto buena, y salga del hospital para que podamos jugar juntas otra vez. Y me da igual el cocodrilo -dijo Anabel mientras escribía su deseo.

Al terminar se escuchó una voz melodiosa: "Ven, Anabel. Te espero".

Y Anabel se encontró de pronto en un hermoso jardín, con un pequeño riachuelo. Rodeada de flores, mariposas y pájaros que piaban felices.
-¡Qué bonito! -exclamó.
-Así es tu corazón -le contestó una hermosa mujer.

Llevaba el pelo largo, de un color azul cielo. Sus ojos eran de color marrón y vestía una túnica de color azul turquesa con ribetes dorados. Era el hada de los deseos.

-Querida niña. Tu deseo se cumplirá. Cree siempre en mí y en la magia. Y le dio un beso.

Anabel se encontró otra vez en su habitación
-Margarita, Margarita, he visitado el país de los deseos y he visto al hada. Es muy hermosa. Elena se pondrá buena muy pronto.

Y así fue. A los pocos días, Elena salió del hospital y juntas fueron a darle las gracias al hada de los deseos.
La magia las acompaña siempre porque creyeron en ella.

sábado, 12 de julio de 2008

Ernie, el mono que comía nueces

Había una vez, un mono al que no le gustaban los cacahuetes, se llamaba Ernie y a él lo que le gustaban eran las nueces.

Ernie era una pequeño mono muy gracioso, que vivía en el zoo con su familia.
A los niños les encantaban sus "monerías", y siempre le tiraban cachuetes. Esto le molestaba mucho a Ernie porque no le gustaban, y además, les tenía alergia.
Su madre le decía: tienes que comerte los cacahuetes, hijo. Los niños se pondrán tristes si no lo haces.

Y Ernie, que era un monito muy obediente, se los comía. Pero enseguida empezaba a estornudar y estornudar.
Tanto estornudaba, que los ojos y la nariz se le hinchaban y se le ponían rojos como un tomate. Así que cuando los niños tiraban cacahuetes, se escondía para no tener que comérselos.

Lo que de verdad le gustaba a este monito tan particular eran las nueces. Las adoraba.

-Mamá, yo quiero comer nueces -decía.
-Pero, Ernie, los monos no comen nueces.
-Claro que sí. Los monos comemos de todo y las nueces están riquíisimas.
-Ay, hijo. ¡Qué raro eres!¿Y se puede saber cuándo has probado tú las nueces? -preguntó su mamá.
-Un día a un niño se le cayeron de una bolsa, unas cosas redondas y marrones. Y me dijo: monito, dame las nueces. No me gustó que me llamara "monito", así que no se las dí.
-¿Y qué hiciste con ellas?
-Me comí lo que llevaban dentro. Si el niño las quería, seguro que estaba bueno. Ya no me quedan más, y quiero más.
-Pues lo siento, hijo, pero nosotros no tenemos nueces.

Pasaron los días y Ernie no podía pensar en otra cosa que no fueran las nueces. Hasta soñaba con ellas. Así que una mañana, se armó de valor y fue a hablar con el león.

-Señor león. ¿Usted come nueces? -le preguntó.
-Claro que no. ¿Por quién me has tomado? Yo solo como carne. Soy un animal carnívoro -le contestó, muy enfadado.



Y Ernie, se marchó de allí muy triste. El creía que esa melena tan preciosa se debía a que comía muchas nueces.

Hablaré con los delfines. Son inteligentes y nadan muy bien. Seguro que ellos sí que comen nueces, pensó.



-Señor delfín. ¿Podría darme alguna nuez? Me gustan mucho.
-Ji,ji, ji -rió el delfín- nosotros no comemos nueces, pequeño. Los delfines comemos pescado. Habla con la jirafa, ella es un animal herbívoro.


Y se zambulló en el agua, a contarle a sus amigos, la ocurrencia de este pequeño mono.

Ernie no había oido esa palabra en su vida, pero se fue a hablar con la jirafa.
-Señora jirafa. ¿Usted es un animal herbívoro?
-Sí, como frutas y verduras- contestó.
-Entonces comerá nueces. ¿Me daría unas pocas?
-Pero pequeño, ¿cómo voy a comer nueces con lo duras que están? Yo como hojas tiernas y sabrosas.
-Las nueces muy tiernas no son, pero sí sabrosas. Y yo quiero -dijo Ernie, llorando pues veía que no volvería a comerlas.
-No llores,pequeño. Mira, con este cuello tan largo que tengo, puedo ver lo que ocurre en el zoo. Y algunos días he visto al cuidador comiendo nueces. Habla con él.
-Gracias señora jirafa -dijo Ernie, muy contento.

Y se fue a buscar al cuidador.
Esperó paciente a que terminara sus tareas, y cuando ya se iba a casa le preguntó: ¿señor cuidador, usted come nueces?
-¿Qué has dicho, pequeño? -preguntó el cuidador que no terminaba de creer lo que estaba escuchando.
-Que si usted come nueces.
-Pues sí. Yo como de todo. Nueces, pescado, carne, verdura....

Ernie empezó a dar saltos d ealegría. Por fin había encontradao a alguien que comiera nueces.
-¿Y usted me daría unas pocas? Es que me gustan mucho.
-Pero los monos no comen nueces -contestó el cuidador.
-Yo sí. ¿me daría unas pocas, por favor? -insistió Ernie.
-Claro, pero si me prometes que no comerás solo nueces.
-Lo prometo, lo prometo.

Ahora Ernie es un monito feliz, porque puede comer cuantas nueces quiera. Eso sí, siempre que pruebe otro tipo de alimentos.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

martes, 10 de junio de 2008

La naranja

Había una vez, una naranja que estaba muy triste, muy triste.

Ningún niño la quería porque era arrugada y fea. Siempre elegían a las otras naranjas, de color brillante y piel lisa.

Pero un día, una niña a la que le gustaban mucho las naranjas, la vio en la tienda y la cogió.

- Aunque seas fea y arrugada, seguro que tus gajos tienen buen sabor.



Al oirla, derramó algunas lágrimas. Lágrimas de felicidad.

La niña bebió esas lágrimas y le gustaron mucho porque eran muy dulces.

- ¡Quiero más! - dijo.

Y estrujó, y estrujó la naranja hasta convertirla en un vaso de zumo.
Tanto le gustó, que fue a contárselo a todos sus amigos.

Y a partir de ese día, los niños ya no miran que las naranjas sean feas o bonitas para comérselas.
A todas las quieren, porque ofrecen riquísimos zumos de naranja.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

viernes, 23 de mayo de 2008

El tren

Transportista de sueños
corre, corre veloz.

Sube por el arco iris
Y llega hasta el cielo.
Las estrellas te saludarán
y la luna, en sus brazos
te acogerá.

Transportista de sueños
corre, corre veloz.

Llévame a las nubes.
Acércame al sol.
El mundo de los sueños
me espera.
No te retrases,
llévame ya.

Guitarra

Toca la guitarra, amigo
hazla sonar.

Deja que su música te envuelva,
llevándose la tristeza.
Deja que su música te envuelva
trayéndote felicidad.

Toca la guitarra, amigo
hazla sonar.

Sus notas serán el camino,
que a las nubes te llevarán.
Sus notas serán el camino,
de los sueños realizar.

Toca la guitarra, amigo
hazla sonar.

viernes, 2 de mayo de 2008

¡No quiero zapatos!

Inés era una niña muy rebelde a la que no le gustaba nada, pero nada, llevar zapatos.
-¡No quiero zapatos! -le decía a su mamá -son feos. Yo quiero ir siempre descalza.
Y se los quitaba y los dejaba abandonados en un rincón.

Un día, hartos ya de los desplantes de Inés y cansados de estar siempre abandonados en un rincón, los zapatos decidieron marcharse.
-Si Inés no nos quiere, buscaremos otro niño que sí lo haga -dijeron.

Y se fueron a recorrer el mundo.


Inés estaba feliz, porque por fin se había librado de esos feos y aburridos zapatos.
Como no estaban, su mamá no podía obligarla a ponérselos y podría lucir siempre sus hermosos piececitos.
Pero lo que ella no sabía, es que caminar descalza por casa está muy bien porque el suelo siempre está limpio y suave. En el parque es otra cosa.
Los piececitos de Inés se ensuciaban y se llenaban de pequeñas heridas a causa de las piedrecitas.

-Quiero mis zapatos -lloraba Inés-. ¿Dónde estarán? Los necesito.
Se había dado cuenta de que los zapatos protegían sus pies de la tierra y las piedrecitas. Y los mantenían limpios y sin heridas.

Mientras tanto, los zapatos de Inés recorrían los cinco continentes, buscando un niño que los quisiera. Pero todos les decían lo mismo: "perteneceis a Inés. No os podeis quedar conmigo".

Y muy tristes volvieron a su antigua casa, ya resignados a permanecer siempre en un rincón.
Al abrir la puerta, se llevaron una gran sorpresa, Inés los abrazó y los besó.
-Mis queridos zapatos, cuanto deseaba que volvierais- dijo. No volveré a dejaros abandonados en un rincón.

Inés, nunca más se separó de sus zapatos. Bueno, se los quitaba para ir a dormir, pero los dejaba debajo de su cama. Bien cerquita. No quería que se marcharan otra vez.

Fin

domingo, 20 de abril de 2008

El Arco Iris

Siete colores tiene el arco iris.

Rojo, amarillo, anaranjado,

azul, verde, violeta,

y el tímido añil.



Siete caminos distintos,

uno por cada color.



El azul, me lleva al cielo

con el verde, a los campos voy.



El rojo, de amapolas

llena mi habitación

y el amarillo, me trae el sol.

El anaranjado, de frutas
me rodea
y el violeta, de perfumes
y aromas.

El último, el añil.
Mi tímido color,
camino de atardeceres mil.

jueves, 17 de abril de 2008

María pintaba

María pintaba un atardecer,
azul, verde y rojo pastel.
El amarillo no apareció,
el sol se escondió.

Buscando, buscando,
el blanco encontró.
Una hermosa luna,
de pronto apareció.

Azul, verde y blanco pastel,
María pintó, un anochecer.

jueves, 3 de abril de 2008

Manuel, el de la paloma

Yo estaba presente cuando a nuestro condiscípulo Manuel, le ocurrió aquella situación insólita.

Esa mañana, como lo hacíamos puntualmente de lunes a viernes, salimos al patio de nuestro colegio para disfrutar del recreo de las diez y quince. El tumulto de la muchachada era insoportable: mientras algunos corrían sin descansar, otros se aglomeraban frente al largo mostrador de la cafetería, solicitando a todo pulmón los refrescos, pastelitos y demás bocadillos que expendían.

Mi amigo Manuel, por una razón que aún desconozco, discutía con José Luis , otro de mis compañeros de clases. Atraidos por la discusión, en pocos instantes fueron rodeados de muchos curiosos, entre los que me encontraba yo, naturalmente.

Cada minuto que transcurría se elevaba el tono de la disputa, de tal forma que todos estábamos convencidos de que pronto se pasaría de las palabras a los hechos...o a los puños, mejor dicho.
Manuel, rojo de rabia, se disponía a responder a los epítetos que le profirió su rival, cuando sucedió algo que nos dejó estupefactos a todos: de su boca salió disparada una hermosa paloma que se alejó batiendo sus alas a gran velocidad.

Todo transcurrió tan rápido que nos quedamos con la duda de que si vimos o imaginamos el extraño suceso. El primer sorprendido fue el propio Manuel, pese a que sabía que se trataba de un hecho rigurosamente real, pues sentía en la boca y en la garganta los estragos de la salida intempestiva del pájaro.
-¿Qué fue lo que hiciste?-inquirió Luis, nervioso.
Manuel no contestó. Era evidente que estaba tan impresionado como los demás.
El timbre que indicaba el final del asueto lo libró de esa situación, y presurosos retornamos al aula.

La noticia se regó como pólvora en todo el recinto y en los días siguientes no se habló de otra cosa. Los profesores que s enteraron del asunto atribuyeron la historia a la fértil imaginación de los muchachos, o a una coincidencia: la paloma cruzó cerca en aquel preciso momento y ellos pensaron que había salido dela boca del inquieto Manuel, el de la paloma. Así lo nombrábamos todos cuando nos referíamos a él.

Con el paso del tiempo el incidente fue olvidado; creo que hasta por el propio Manuel, quien al principio despertaba sobresaltado, varias veces cada noche, sintiendo el sabor de plumas cenizosas en su paladar. Así me lo confesó.

En una ocasión, mientras participábamos en una gira campestre organizada por los alumnos de tercero de bachillerato, el hecho se repitió a la vista de un mayor número de personas, cuando alumnos y profesores almorzábamos bajo la fronda de unos tamarindos.

Los que escucharon la historia de Manuel en la primera oportunidad y no la creyeron, esta vez tuvieron que aceptarla como buena y válida. Luego de una persistente tos, observaron como otra paloma salió al aire y voló hasta posarse en un árbol cercano. Fue la comidilla del día y el comentario llegó nuevamente hasta oidos de los padres de Manuel, quienes habían hecho caso omiso a lo que le narraron la primera vez.

Me enteré que entonces, éstos decidieron tomar cartas en el asunto para averiguar el origen de tan extraño fenómeno y buscar una solución definitiva, para tranquilidad de todos. Acudieron a médicos generales, a psicólogos, y finalmente a brujos, sin que nadie ofreciera una explicación lógica ni una manera de impedir la repetición del lance.

Soy testigo de que en el tiempo que faltaba para concluir las clases, cada vez con mayor frecuencia, otras aves salieron d ela boca de mi amigo, quien terminó acostumbrándose a la situación porque "si esta vaina no tiene remedio, no voy a pasarme el resto de la vida amargado", según me aseguró.

Después de terminar el año escolar lo dejé de ver. Mi padre, que es diplomático, fue nombrado en Brasil y partimos a ese país maravilloso. Allí concluí mi educación secundaria y realicé mis estudios universitarios.
Pero como el buen hijo a su casa vuelve, recién cumplidos los veinticinco años retornamos al país, al concluir mi padre su labor.

Debo confesar que durante mi ausencia recordé la situación de Manuel docenas de veces. Por eso al regresar, busqué su nombre en la guía telefónica con la ilusión de departir con él y de saber el desenlace del caso "de las palomas".
Tuve suerte: encontré, sin mayores obstáculos, el teléfono y la dirección de su residencia y tan pronto pude me dirigí a ella con grandes deseos de reencontrarme con mi condiscípulo de antaño para enterarme qué había pasado con su peculiar situación.

No fue difícil localizar su casa, un clásico "chalet" de los que abundadn en el tradicional sector capitalino de Gascue. Desde la acera toqué el timbre y fui recibido por su esposa, a quien me identifiqué como un antiguo compañero de Manuel que acababa de retornar al país después de años de ausencia.
Ella me condujo, con amabilidad, a la terraza posterior de la residencia y me solicitó unos minutos: él estaba en el baño y me atendería tan pronto saliera.

Mientras esperaba creí encontrar respuesta a mis interrogantes: en un robusto laurel que presidía el patio, circundado por una enorme valla metálica, se producía el bullicio indescriptible de cientos de palomas de diferentes tamaños y colores que sobrevolaban, alegres, en la enorme jaula.

Poco tiempo tardó Manuel en salir. Me saludó con un fuerte abrazo, feliz como yo con el reencuentro.
Luego de conversar de varios temas sin indagar sobre lo que realmente necesitaba saber, me armé de valor para hacerle la pregunta:
-¿Y de las palomas, qué? Porque veo que definitivamente son tus mascotas favoritas- le comenté mirando al árbol.

Su respuesta no tardó en llegar. Me confesó que durante todos estos años había atrapado cada ave que expulsaba, y las colocaba en la pajarera. Allí les brindaba alimento, protección y cariño.
"Al fin y al cabo son mis hijas"- me confesó con una sonrisa de satisfacción.

Poco tiempo después me despedí, satisfecho con el feliz desenlace de la historia de Manuel y orgulloso de mi amigo por su responsable actitud paternal.

Cuando me despedí ya las sombras de la noche se precipitaban sobre los tejados de la vecindad.

Alberto Vasquez

jueves, 27 de marzo de 2008

El sueter de rayas

El perrito chichiguagua se pasaba el día durmiendo, lo cual extrañó mucho a sus amigos y vecinos.
Un día se pusieron todos de acuerdo para investigar porqué era así.
Era así, porque por las noches estaba muy ocupado. ¿?
Gominolito había estrenado un sueter azul con rallas de fresa y el perrito aprovechaba cuando dormía para lamerlas, una a una. Pero como eran mil, con una noche no le alcanzaba.
Gominolito cada día dormía mejor.
Sus hermanos no podían lamer la fresa del sueter porque sus lenguas eran demasiado anchas, así que, viendo cómo las rallas iban desapareciendo, propusieron a Gominolito cambiar el sueter.
Así lo hizo.
Aquél día empezó a vestir un modelo rojo con rallas de menta más anchas.
Entonces, sus amigos y hermanos pudieron tomar el postre con la lengua directamente del sueter de Gominolito y el chichiguagua pudo dormir bien.

Miguel Sánchez

martes, 25 de marzo de 2008

En un árbol

A un árbol subí
y un pajarito ví.

Pío, pío, tengo hambre.
Pío, pío, dame de comer.

Del árbol bajé
y comida busqué.
Orugas, gusanos y otros insectos,
al pajarito llevé.

Todo se lo comió
y feliz se durmió.

Dulces sueños, pajarito mío.
Mañana volveré
y más comida, te traeré.

A jugar

El coche hizo: piii, piiii
y el camión : poo, pooo
Venir, niños.
Venir a jugar.

Decir adios, a los dibujos.
Apagar la tele, ya.

Los juguetes os esperan,
es hora de jugar.

Mariposa

Vuela, vuela la mariposa.
Vuela buscando una flor.

La más bonita,
la más hermosa.

En ella se posará.
Ella será su amiga,
ella será su hogar.

Vuela, vuela la mariposa.
Vuela buscando una flor.

Quiero ser como tú

Una noche en la que todos los juguetes estaban durmiendo, se oyeron unos sollozos.

-¿Qué pasa?- preguntó el camión de bomberos.

-Alguien llora- contestó la ambulancia- vamos a ver quién es.



Muy despacio y procurando no hacer ruido para no despertar a los demás juguetes, la ambulancia y el camión de bomberos se acercaron al rincón de la habitación de donde provenían los sollozos.



-Mira, es el cochecito azul el que llora- dijo la ambulancia.

-¿Qué te pasa, porqué lloras?- le preguntó.

-Ay, es que...es que no quiero ser un cochecito azul- contestó.

-Pero, ¿porqué?- le preguntó la ambulancia, asombrada.

-Porque no me gusta el color azul, porque soy pequeño y porque estoy cansado de hacer siempre

lo mismo. Carretera arriba, carretera abajo y luego al Parking a descansar. ¡Quiero ser como tú!

exclamó, señalando al coche de bomberos.

-Pero éso no puede ser- dijo la ambulancia.- Además, ¿porque un coche de bomberos precisamente?

-¡Porque soy muy interesante!- exclamó orgulloso el coche de bomberos.-Soy grande, de color

rojo y tengo una hermosa escalera.

-Y una sirena- añadió el cochecito azul.

-Yo también tengo una sirena- dijo la ambulancia.

-Sí, pero a mí me gusta más la del coche de bomberos.

-Claro. Como que la mía es mejor- dijo el coche de bomberos.

Y conectó la sirena.

-¡Apaga éso, vas a despertar a todos los juguetes!-gritó la ambulancia.

-Aguafiestas. Claro estás celosa porque el cochecito azul quiere ser como yo, y no como tú. Una aburrida ambulancia.

-Seré aburrida, pero estoy orgullosa de ser lo que soy, una ambulancia. Y me voy a dormir, ya

veo que aquí molesto.

La ambulancia se marchó muy triste por el comentario de su amigo, el coche de bomberos.



Una vez se hubieron quedado solos, el coche de bomberos le preguntó al cochecito azul: ¿tú corres mucho, verdad?

-Sí, soy muy veloz. Pero una vez te acostumbras, ya no resulta emocionante. Incluso llega a

aburrir.

-Yo siempre he querido ser un coche veloz. ¿Qué te parece si nos cambiamos? Yo seré un cochecito azul y tú serás un camión de bomberos.

-Me parece una idea genial.



Y el cochecito azul y el camión de bomberos se intercambiaron.

Los primeros días fueron muy felices. Los dos tenían lo que siempre habían deseado. Pero el cochecito azul echaba de menos su velocida y el camión de bomberos, su escalera y su color rojo.



-¡Qué lento soy!- suspiraba el cochecito azul- y esta sirena me está volviendo loco, con su sonido. Tendré que romperla para que no vuelva a funcionar.

-Yo me siento ridículo al ser tan pequeño- dijo el camión de bomberos- y ese color tan apagado.
Cómo echo de menos mi color rojo tan brillante.

-¿Qué te parece si nos cambiamos otra vez?- le preguntó el cochecito azul.
-Ay, sí, por favor. Vamos a cambiarnos. Tanta velocidad ya me está mareando.

Y los dos volvieron a intercambiarse.
La ambulancia , que los observaba, les dijo: espero que hayais aprendido la lección, y no volvais a desear ser otro juguete.
-Descuida ambulancia- le contestaron los dos a la vez- no volveremos a decir: quiero ser como
tú.

FIN

viernes, 7 de marzo de 2008

El despertador fastidioso

¡Riiing, riiing!, suena el despertador.
Levántate ya,
o al cole no llegarás.

¡Riiing, riiing!, vuelve a sonar.
Déjame dormir,
que al cole no quiero ir.

¡Riiing, riiing, riiing!
Cállate ya,
no me quiero levantar.

¡Riiing, riiing, riiing!
Despertador fastidioso.
Sólo por no oirte,
ya me levanto
y al cole voy.

El cerdito tragón

El cerdito tragón,
todo, todo se lo comió.
Ni una manzana dejó.

Tanto comió
que su tripita protestó.

¡Oiink, oiink!, me duele,
me duele la tripita,
lloraba el cerdito.

Esto te pasa por tragón,
le dijo su mamá.
Ahora aprenderás
a comer con moderación.

jueves, 7 de febrero de 2008

El vuelo de Icaro

Icaro era un niño solitario y soñador. Se pasaba las tardes mirando a los pájaros, en lugar de jugar con los otros niños.
Observaba el movimiento de las alas al volar. Fuerte y seguro para las grandes aves. Más rápido y de movimientos cortos el de los pájaros más pequeños.
Un día, Icaro le preguntó a su padre: papá, ¿porqué nosotros no podemos volar como los pájaros?
-Porque no tenemos alas- le contestó su padre.
-Entonces, si nos crecieran alas, ¿podríamos volar?
-Es posible, hijo. Pero en lugar de pensar en estas cosas, ¿porqué no vas a jugar con tus amigos?
-Porque prefiero perseguir un sueño- contestó Icaro, muy bajito.

Icaro pensó mucho en las palabras de su padre. Si quería volar, tendría que construirse unas alas. Para éso, necesitaría recoger todas las plumas de ave que encontrara. Esta tarea le llevó varios meses, pero no le importó. En lo único que pensaba era en poder construir unas hermosas alas, para poder volar.
Cuando al fin tuvo las plumas necesarias, utilizó las gotas de cera de una vela encendida, para unirlas todas.
Y un día que amaneció soleado, Icaro cogió sus alas, subió a lo alto del monte y desde allí se lanzó al vacío.
Empezó a mover los brazos, imitando el movimiento de los pájaros, pero no conseguía elevarse porque era muy pequeño para esas alas tan grandes y no tenía suficiente fuerza.
El viento se apiadó de él y empezó a soplar con fuerza, dándole el impulso que necesitaba.
-Estoy volando- pensó Icaro, feliz.

Pero tan emocionado estaba, que no se dio cuenta de que se estaba acercando demasiado al sol. Tan cerca llegó, que sus rayos empezaron a derretir la cera que unía sus alas y éstas se rompieron.

Icaro se caía al mar.
Pero las nubes, que habían admirado la constancia de ese niño, se unieron formando una mano, grande y esponjosa, que acogió a Icaro en su palma, evitando así que se ahogase en el mar.
Y lo llevaron de vuelta a la cima de la colina.

Icaro regresó a su casa, feliz. Gracias a la generosidad del viento y al amor de las nubes, se había realizado su sueño: volar como los pájaros.

La chaqueta gris

Había una vez, una chaqueta de color gris, que estaba triste porque nadie quería jugar con ella.
-Juega conmigo, pantalón- dijo la chaqueta.
-No quiero, le contestó. Eres una chaqueta y además gris, eres fea. Yo solo juego con otros pantalones.

Y la chaqueta s equedó en un rincón, viendo como el pantalón jugaba con sus amigos.

-¿No juegas?- le preguntaron.
-¿Con quién?. El pantalón no quiere jugar conmigo porque soy una chaqueta y además de color gris.
-Con nosotras- contestaron unas voces.
La chaqueta gris levantó la cabeza y vio que estaba rodeada de chaquetas de todos los colores. Había una roja, una verde, otra azul.
-¡Qué bonitas sois!- exclamó.
-Tú también lo serás. Juega con nosotras. Cada una te dará un poco de su color y así dejarás de ser gris.

Y así sucedió. A medida que iban jugando, la chaqueta se iba tiñendo de todos los colores y dejó de ser gris, para convertirse en una feliz chaqueta multicolor.

FIN

jueves, 31 de enero de 2008

Fase Lunar

La Luna reinaba feliz sobre los hombres. Con su luz plateada, los alumbraba y protegía creando una cúpula de semi penumbra donde vivían en armonía.

Pero un día llegó el Sol. El grandioso y orgulloso Sol. Su resplandor los cautivó y deslumbró; lo nombraron el astro rey. Lo adoraron y sirvieron olvidándose de la pálida Luna.

La Luna enfermó de tristeza a causa de la ingratitud de los hombres y empezó a menguar, hasta no ser más que una delgada línea.

Pero un muchacho, casi un crío, se acercó a la Luna y le suplicó que no siguiera menguando porque desaparecería del todo.
-¿Y qué importa éso?- le dijo la Luna. Ahora teneis al Sol.
-Sí, pero yo te prefiero a tí. El Sol me deslumbra y me quema la piel. No me deja ver en mi interior. Tu luz en cambio es suave, me reconforta.

La Luna, feliz al oir estas palabras, empezó a crecer hasta volver a estar redonda, llena, hermosa.
Pero, sensible como era, también tenía momentos de melancolía en los cuales volvía a menguar. Y allí estaba el muchacho ofreciéndole su cariño y amistad, ayudándola a crecer.

Después de ese muchacho, vinieron otros y después otros, que siempre acudían cuando veían que la Luna empezaba a menguar.

miércoles, 30 de enero de 2008

Lágrima lunar

A la Luna la cortejaban pensadores, literatos y grandes poetas. Pero ella se fijó en un chico dulce y tímido. Un joven poeta de hermosas palabras y más hermosos sentimientos.
Una noche en la que la Luna lucía especialmente bella, el joven poeta le declaró su amor.
-Yo también te amo, joven poeta- contestó la Luna. Tus poesías son las más hermosas que he escuchado nunca. Y envolviéndolo en su luz plateada, lo besó.
-Acude a mí en el próximo ciclo lunar, seré tuya para siempre.

Ese día la Luna, coqueta como era, pidió a las estrellas que apagaran su brillo para así lucir ella más bella. Pero una nube intrigante, celosa del amor entre el joven poeta y la Luna, la cubrió completamente. De tal manera, que cuando el joven poeta llegó al lugar de la cita no vio a la Luna. Pensando que no había acudido y se había burlado de él y de su amor, se fue.
Se marchó para no volver.

La Luna, enferma de tristeza, al ver como su amado se iba, lloró y lloró.
Lágrimas de plata resbalaban por sus mejillas formando un charco de escarcha al contacto con la tierra. Un charco plateado del que brotó una flor, solo una. Blanca como la nieve, de corazón plateado como la Luna.

Todos los meses, por las mismas fechas, la Luna desaparece para que no la vean llorar.
Llora por el recuerdo de su amor perdido. Llora por el joven poeta que no volvió a dedicarle ninguno de sus poemas. Y de esas lágrimas surge una flor, sólo una, la lágrima lunar. Blanca como la nieve, efímera como el amor del joven poeta, de corazón plateado como la Luna.