Había una vez, una naranja que estaba muy triste, muy triste.
Ningún niño la quería porque era arrugada y fea. Siempre elegían a las otras naranjas, de color brillante y piel lisa.
Pero un día, una niña a la que le gustaban mucho las naranjas, la vio en la tienda y la cogió.
- Aunque seas fea y arrugada, seguro que tus gajos tienen buen sabor.
Al oirla, derramó algunas lágrimas. Lágrimas de felicidad.
La niña bebió esas lágrimas y le gustaron mucho porque eran muy dulces.
- ¡Quiero más! - dijo.
Y estrujó, y estrujó la naranja hasta convertirla en un vaso de zumo.
Tanto le gustó, que fue a contárselo a todos sus amigos.
Y a partir de ese día, los niños ya no miran que las naranjas sean feas o bonitas para comérselas.
A todas las quieren, porque ofrecen riquísimos zumos de naranja.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
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