viernes, 23 de mayo de 2008

El tren

Transportista de sueños
corre, corre veloz.

Sube por el arco iris
Y llega hasta el cielo.
Las estrellas te saludarán
y la luna, en sus brazos
te acogerá.

Transportista de sueños
corre, corre veloz.

Llévame a las nubes.
Acércame al sol.
El mundo de los sueños
me espera.
No te retrases,
llévame ya.

Guitarra

Toca la guitarra, amigo
hazla sonar.

Deja que su música te envuelva,
llevándose la tristeza.
Deja que su música te envuelva
trayéndote felicidad.

Toca la guitarra, amigo
hazla sonar.

Sus notas serán el camino,
que a las nubes te llevarán.
Sus notas serán el camino,
de los sueños realizar.

Toca la guitarra, amigo
hazla sonar.

viernes, 2 de mayo de 2008

¡No quiero zapatos!

Inés era una niña muy rebelde a la que no le gustaba nada, pero nada, llevar zapatos.
-¡No quiero zapatos! -le decía a su mamá -son feos. Yo quiero ir siempre descalza.
Y se los quitaba y los dejaba abandonados en un rincón.

Un día, hartos ya de los desplantes de Inés y cansados de estar siempre abandonados en un rincón, los zapatos decidieron marcharse.
-Si Inés no nos quiere, buscaremos otro niño que sí lo haga -dijeron.

Y se fueron a recorrer el mundo.


Inés estaba feliz, porque por fin se había librado de esos feos y aburridos zapatos.
Como no estaban, su mamá no podía obligarla a ponérselos y podría lucir siempre sus hermosos piececitos.
Pero lo que ella no sabía, es que caminar descalza por casa está muy bien porque el suelo siempre está limpio y suave. En el parque es otra cosa.
Los piececitos de Inés se ensuciaban y se llenaban de pequeñas heridas a causa de las piedrecitas.

-Quiero mis zapatos -lloraba Inés-. ¿Dónde estarán? Los necesito.
Se había dado cuenta de que los zapatos protegían sus pies de la tierra y las piedrecitas. Y los mantenían limpios y sin heridas.

Mientras tanto, los zapatos de Inés recorrían los cinco continentes, buscando un niño que los quisiera. Pero todos les decían lo mismo: "perteneceis a Inés. No os podeis quedar conmigo".

Y muy tristes volvieron a su antigua casa, ya resignados a permanecer siempre en un rincón.
Al abrir la puerta, se llevaron una gran sorpresa, Inés los abrazó y los besó.
-Mis queridos zapatos, cuanto deseaba que volvierais- dijo. No volveré a dejaros abandonados en un rincón.

Inés, nunca más se separó de sus zapatos. Bueno, se los quitaba para ir a dormir, pero los dejaba debajo de su cama. Bien cerquita. No quería que se marcharan otra vez.

Fin