Todos se habían marchado. Primero los Milanos, después los alimoches seguidos de los alcaudones y vencejos. Hasta los ruiseñores habían alzado el vuelo rumbo al sur huyendo del frío. No quedaba un pájaro de importancia en todo el territorio. Si la autoestima y respetabilidad eran parte de la vara con que se medía el momento exacto para iniciar la aventura, sin duda alguna esta recaía en las especies migratorias. Había llegado la hora de hacer las maletas y marchar. No quedó un solo pájaro en la ciudad. Excepto aquella diminuta figura con cola de barrendero atrapada dentro de la jaula de hierro colado que colgaba en la ventana de la casa verde. Todo las mozas que por allí pasaban le preguntaban: “Cuco del Rey, rabo de escoba, ¿Cuántos años quedan para mi boda? u otras más viejas de carnes o de carácter más tétrico con voz ronca le susurraban al pájaro: “Cuco del Rey, rabo de fierro, ¿Cuántos años quedan para mi entierro?
Había llegado a Oviedo al principio del verano y el olor a pan horneado la guió hasta la ventana de la cocina de aquella casa de paredes verdes y balcones rojos. Allí comió migas, rosquillas y también maíz de las manos suaves de la niña que la atrapó cuando picoteaba sobre la mesa. Ahora terminaba el verano y ella continuaba encerrada en una jaula de exquisito diseño, sola y triste, de cuando en cuando, meneando su cola de barrendero.
Su casa de hierro no era del todo fea y aunque no le permitiese extender sus alas ella soñaba con volar a través de las rejas hacia el azul del cielo. Una pequeña puerta en forma de arco era la única salida pero siempre estaba cerrada. No había cerrojo, sólo un pasador atravesado con un viejo lápiz impedía que se abriera. Un viejo y usado lápiz sin punta que ahora servía de traba con muy buen sentido de su propósito.Era la última noche de verano y Cuco del Rey sabía que todas las aves surcaban el cielo estrellado rumbo al sur. De pronto le pareció oír un leve sonido como si alguien se limpiara la garganta: ejem, ejem.Que sorpresa cuando descubrió que el ejem, ejem procedía del lápiz atragantado en las aldabas.
—¿Estas tratando de decirme algo?-preguntó Cuco del Rey.
Una pequeña ventana se abrió en la madera del lápiz cerca de la goma de borrar y una aun más pequeña carita se asomó para mirar al pájaro.
—Estaba pensando—respondió, que tu a esta hora ya deberías estar llegando a las islas del Caribe y que siendo ya de noche descansarías sobre una palma de coco o un árbol de tamarindo o quizás un roble.
—¿Cómo sabes tanto si tan solo eres un lápiz sin punta con un duende de inquilino?
—Estoy hecho de madera y aunque viejo y sin punta, una vez fui parte de un árbol que creció en las islas del caribe hasta que lo cortaron y de sus astillas me convirtieron en lápiz como a muchos otros. Ya ves como los lápices también emigran, mírame a mí, yo he llegado hasta España y ahora sirvo de cerrojo para un ave extraña con cola de barrendero. Pero se me ocurre que quizás entre los dos pudiésemos encontrar la felicidad otra vez.
—¿La felicidad?—replicó perplejo Cuco del Rey. La felicidad es volar y volar hasta encontrar una isla en el sol sobre un mar azul que bañe las arenas blancas de una playa pobladas de caracoles y cangrejos. La felicidad es estar donde uno pertenece, donde está tu familia y tus amigos.
—Pues está en tus alas el encontrar el camino— afirmó el viejo lápiz. Si me llevas en tu pico yo te sacaré de tu jaula.
Volaron toda la noche y todo el día siguiente y al atardecer del tercer día una brisa caliente y una docena de Cucos del Rey se unieron al vuelo del pájaro y su viejo lápiz.
Hoy un Cuco del Rey salta de árbol en árbol depositando sus huevitos en los nidos de otros pájaros como es la costumbre de estas aves migratorias y un viejo lápiz sin punta se mece en la hamaca colgada entre dos cocoteros que crecen en una playa de arenas blancas donde las olas lamen caracoles y cangrejos con su blanca espuma.
Marco Antonio
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