Aura corría por el andén.
Estaba muy nerviosa y feliz porque su abuelo llegaba hoy. Seguro que tendría alguna historia interesante para contar.
-¡Ya llega, ya llega! - gritó cuando vio entrar al tren en la estación.
Un hombre fornido, de semblante amable y gran sonrisa, se apeó del tren y la tomó entre sus brazos.
-¡Mi pequeña Aura, mi princesita! -exclamó el abuelo Alvaro -. Cuánto has crecido. A ver , a ver...yo diría que unos 20 cm.
- ¿Cómo lo sabes, abuelo?. ¿Eres mago?
- No, Aura - contestó su padre-. Siempre le escribo al abuelo contándole tus progresos.
- Vaya. -contestó Aura, enfurruñada
- ¿Estás decepcionada?
- Un poco, abuelo. Además, estoy enfadada con el sol. No ha querido venir a saludarte.
- Eso es porque está celoso de tu hermoso pelo dorado. Pero no se lo digas a nadie, es un secreto.- dijo el abuelo riéndose de la ocurrencia de su nieta.
Pero Aura, muy orgullosa por lo que le había dicho su abuelo, les contó a sus padres que el sol se había escondido porque tenía celos.
-Abuelo, cuéntame tu última aventura - pidió en cuanto llegaron a casa.
- Ahora, no. Esta noche, cuando vaya a arroparte -contestó.
-La última vez, Aura tuvo pesadillas, abuelo Alvaro. Tiene que tener cuidado con las historias que le cuenta a la niña -dijo su mamá.
El abuelo Alvaro se entristeció un poco al oir éso.
-No pensé que te afectaría tanto mi historia del león gigante que estuvo a punto de devorarme. Lo siento, princesa.
-No te preocupes, abuelo. Ahora ya soy mayor. Tengo cinco años. Mira, todos estos dedos.
Y Aura extendió su manita para demostrarle a su abuelo que ya tenía suficientes años como para no asustarse con sus historias. Pero él seguía triste y callado, asi que empezó a hacerle cosquillas.
-¡Para, para!. Tú ganas. Te contaré mi última aventura.
Aura rió feliz. Las cosquillas eran el punto débil del abuelo y ella lo sabía.
- Y ahora... ¡tachán!. Mi regalo.
- ¡Un rifle! Cómo los de verdad. Abuelo, te quiero. ¡Papá , mamá!, mirad que me ha regalado el abuelo.
-Así podrás defenderme cuando me ataque algún animal salvaje. Aunque sea en sueños -dijo, mientras le guiñaba un ojo.
Esa noche, Aura no protestó cuando le llegó la hora de irse a dormir.
-Toc, toc, se puede.
-Pasa abuelo. Cuéntame tu aventura. Ya no puedo esperar más.
- Muy bien. Te voy a contar la historia de como logré escapar de la tribu de los Bongo-Bongo. Se llama así porque atraen a los cazadores que se acercan por sus tierras, con el sonido de los bongos.
-¿Qué son los bongos, abuelo? -No llegué a verlos. Pero cuando los escuchas, sientes unos deseos enormes de acercarte al lugar de donde procede su música.
-¿Cómo cuando mamá prepara galletas? Se que no debo comerlas antes de que se enfríen, pero huelen tan bien, que no puedo resistirlo.
-Algo así, pequeña- rió el abuelo.
Su música me atrajo hasta el poblado. Allí dos guerrreros me ataron, y me colocaron dentro de una enorme olla. Iba a ser su almuerzo. Tenía que pensar rápido. Afortunadamente, la música había parado y ya no me afectaba su hechizo. Empecé a rascarme. Primero despacio, pero al ver que no me miraban, empecé a rascarme más rápido y a quejarme.
-Ay, ay. ¡Cómo me pica!. Es insoportable.
Al escuchar mis gritos, el jefe de la tribu se acercó a ver que me pasaba.
- Por favor, dejarme marchar. Tengo la enfermedad del pica-pica. Si no encuentro pronto el antídoto me moriré.
-Y a nosotros, qué - contestó el jefe- por si no te habías dado cuenta íbamos a cocinarte.
-Si me comeis, contraeréis la enfermedad. Sólo con tocarte ya te he contagiado.
Y cogí la mano del jefe colocándole una de mis pulgas.
-¿Pulgas, abuelo?
- Sì. Siempre vienen conmigo. Mira- dijo el abuelo, enseñándole un frasquito lleno de pulgas saltarinas.
La pulga empezó a picar al jefe. Este, asustado porque creía que le había contagiado, ordenó que me soltaran.
-¿Dónde se encuentra ese antídoto? - preguntó.
-Detrás de esa montaña. Allí hay un riachuelo. Con un poco de su agua y otro poco de tierra se forma un barro especial que si te lo pones por todo el cuerpo, te cura en unos minutos.
El jefe, que seguía rascándose ordenó a varios de sus guerreros que me acompañasen a conseguir ese barro medicinal. Pero nadie se atrevía a acercarse a mí, por miedo al contagio. El jefe estaba furioso. Pero como él también se rascaba, todos le huían. Así que cuando ví que no me vigilaban, escapé.
- ¿Te ha gustado, Aura?
- Sí. Pero, ¿qué le pasó al jefe de la tribu de los Bongo-Bongo, abuelo?. Me da pena, pobrecito.
Casi se come a tu abuelo, Aura.
- Ya, pero tiene que ser horrible no poder parar de rascarse.
- No te preocupes, cariño. Mis pulgas son pequeñas, se cansan pronto de picar.
- Me alegro. - dijo Aura. Y empezó a bostezar.
- A dormir. Dulces sueños, mi princesa.
-¿Mañana te veré, abuelo?
-No, cariño. Mañana no estaré aquí. Pero volveré el año que viene, te lo prometo.
Y dándole un beso, desapareció. Tenía que visitar a más niños para contarles sus aventuras y llevarles aquel regalo tan deseado.
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