Había una vez, una princesa muuy guapa, muuy guapa y un malvado dragón que en cuanto la vió se dijo: esta princesa me gusta, me la llevaré a mi castillo y me la comeré para cenar. Y el dragón cogió a la princesa con sus garras y se la llevó volando, volando... y la encerró en lo más alto de la torre.
La princesa lloraba mucho.
- No quiero ser la cena del dragón- decía. ¡Príncipe, ven a salvarme!
Y el príncipe, al oir que la princesa lo llamaba, montó en su caballo y corrió veloz al castillo.
Pero el dragón, que volaba alrdedor de la torre, pues no quería que la princesa escapara; cuando vio llegar al príncipe, empezó a echar fuego por la boca. El príncipe esquivaba las llamaradas, y en el momento en que el dragón dejó de echar fuego por la boca, el príncipe saca su espada y ¡Zas!, se la clava en el estómago y el dragón se muere.
El príncipe sube a la torre, a rescatar a la princesa, pero la puerta está cerrada con llave.
-La llave la tiene el dragón- dice la princesa. Búscala.
Y el príncipe se acerca al dragón con mucho cuidado, y empieza a buscar. Al final, encuentra un pequeño bolsillo cerca del corazón del dragón y dentro estaba la llave.
Muy contento, el príncipe le abre la puerta a la princesa y ella al verse libre por fin, abraza al príncipe y dándole un beso le dice: contigo me casaré y muy felices seremos.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
lunes, 31 de diciembre de 2007
sábado, 29 de diciembre de 2007
La familia O´Clock
La familia O´Clock, vivía feliz en casa del relojero del pueblo.
Papá O´Clock era un reloj de pared grande, de color caoba y forma ovalada. Mamá O´Clock un precioso reloj dorado de mesa, con forma de arpa; y O´Clock hijo un pequeño despertador azul, con las manecillas de color amarillo.
Los días transcurrían de manera apacible y monótona, según O´Clock hijo que se aburría de llevar una vida tan tranquila.
Cada hora, siempre puntual, Papá O´Clock hacía sonar un Dong, Dong... grave y profundo, seguido del Diiiing, Diiing... de mamá O´Clock . Así todos los días.
A O´Clock hijo, también le habría gustado participar de este dueto musical, pero como era un despertador, sólo sonaba por las mañanas, cuando el relojero lo limpiaba y le daba cuerda. Eso sí, su Riiing chillón se oía por toda la casa.
-Ya se ha despertado nuestro pequeñín- decía mamá O´Clock, sonriendo.
-Será un gran despertador- contestaba papá O´Clock orgulloso.
Ya hemos dicho que O´Clock hijo se aburría mucho, quería ver mundo, vivir aventuras, sus papás no lo entendían.
-Aquí estás bien, el relojero nos cuida. Se preocupa de darnos cuerda todos los días y de que el polvo no se acumule sobre nosotros. ¿Qué más quieres?
-Quiero cambiar- les contestaba. La relojería ya me la sé de memoria. Quiero visitar otras casas.
Un día, un comprador que visitaba la relojería se fijó en él.
-Este despertador es perfecto para mi hijo, lo compro.
-No está en venta- le contestó el relojero. Le enseñaré otros despertadores que sí lo están.
Pero O´Clock hijo, que vio en el comprador su oportunidad para visitar otras casas, saltó al bolsillo de su abrigo y se marchó con él.
Los primeros días se lo pasó muy bien. El comprador tenía un niño pequeño, muy travieso, al que le gustó mucho O´Clock hijo porque era un "juguete nuevo" muy divertido. Lo llevaba por toda la casa, haciéndolo sonar continuamente, para desespero de sus padres.
Pero luego, cuando se cansó de él, O´Clock hijo empezó a llenarse de polvo en la estantería donde le había dejado el niño. Ya no sonaba porque nadie se acordaba de darle cuerda, y empezó a pensar que sus papás tenían mucha razón cuando le decían que en casa del relojero era donde mejor estaba.
Todos los años, por Navidad, el comprador y su mujer cogían todos los juguetes que su hijo ya no quería y los llevaban al rastrillo benéfico. Entre esos juguetes estaba O´Clock hijo.
Y en el rastrillo fue donde lo encontró el relojero. Que muy contento se lo llevó a la relojería.
-¡Qué contentos se pondrán tus padres cuando te vean!, estaban muy preocupados, ¿sabes?. Además, te espera una sorpresa.
- Un buen castigo por haberme escapado, ésa será la sorpresa que me espera cuando lleguemos- pensó O´Clock hijo.
Pero se equivocaba. La sorpresa era un pequeño despertador como él, pero de color rojo, con las manecillas azules. Una hermanita, O´Clock hija.
O´Clock hijo ya no se aburría. Ahora tenía alguien con quien jugar y competir a ver cuál de los dos sonaba más fuerte. Para orgullo de sus padres y desesperación del relojero, que tuvo que comprarse unos tapones para los oídos.
FIN
Papá O´Clock era un reloj de pared grande, de color caoba y forma ovalada. Mamá O´Clock un precioso reloj dorado de mesa, con forma de arpa; y O´Clock hijo un pequeño despertador azul, con las manecillas de color amarillo.
Los días transcurrían de manera apacible y monótona, según O´Clock hijo que se aburría de llevar una vida tan tranquila.
Cada hora, siempre puntual, Papá O´Clock hacía sonar un Dong, Dong... grave y profundo, seguido del Diiiing, Diiing... de mamá O´Clock . Así todos los días.
A O´Clock hijo, también le habría gustado participar de este dueto musical, pero como era un despertador, sólo sonaba por las mañanas, cuando el relojero lo limpiaba y le daba cuerda. Eso sí, su Riiing chillón se oía por toda la casa.
-Ya se ha despertado nuestro pequeñín- decía mamá O´Clock, sonriendo.
-Será un gran despertador- contestaba papá O´Clock orgulloso.
Ya hemos dicho que O´Clock hijo se aburría mucho, quería ver mundo, vivir aventuras, sus papás no lo entendían.
-Aquí estás bien, el relojero nos cuida. Se preocupa de darnos cuerda todos los días y de que el polvo no se acumule sobre nosotros. ¿Qué más quieres?
-Quiero cambiar- les contestaba. La relojería ya me la sé de memoria. Quiero visitar otras casas.
Un día, un comprador que visitaba la relojería se fijó en él.
-Este despertador es perfecto para mi hijo, lo compro.
-No está en venta- le contestó el relojero. Le enseñaré otros despertadores que sí lo están.
Pero O´Clock hijo, que vio en el comprador su oportunidad para visitar otras casas, saltó al bolsillo de su abrigo y se marchó con él.
Los primeros días se lo pasó muy bien. El comprador tenía un niño pequeño, muy travieso, al que le gustó mucho O´Clock hijo porque era un "juguete nuevo" muy divertido. Lo llevaba por toda la casa, haciéndolo sonar continuamente, para desespero de sus padres.
Pero luego, cuando se cansó de él, O´Clock hijo empezó a llenarse de polvo en la estantería donde le había dejado el niño. Ya no sonaba porque nadie se acordaba de darle cuerda, y empezó a pensar que sus papás tenían mucha razón cuando le decían que en casa del relojero era donde mejor estaba.
Todos los años, por Navidad, el comprador y su mujer cogían todos los juguetes que su hijo ya no quería y los llevaban al rastrillo benéfico. Entre esos juguetes estaba O´Clock hijo.
Y en el rastrillo fue donde lo encontró el relojero. Que muy contento se lo llevó a la relojería.
-¡Qué contentos se pondrán tus padres cuando te vean!, estaban muy preocupados, ¿sabes?. Además, te espera una sorpresa.
- Un buen castigo por haberme escapado, ésa será la sorpresa que me espera cuando lleguemos- pensó O´Clock hijo.
Pero se equivocaba. La sorpresa era un pequeño despertador como él, pero de color rojo, con las manecillas azules. Una hermanita, O´Clock hija.
O´Clock hijo ya no se aburría. Ahora tenía alguien con quien jugar y competir a ver cuál de los dos sonaba más fuerte. Para orgullo de sus padres y desesperación del relojero, que tuvo que comprarse unos tapones para los oídos.
FIN
martes, 11 de diciembre de 2007
Amigos
-Niños, ¡niños!
Todos callaron al instante al oir la voz de la maestra. Todos menos Daniel, que siguió hablando.
-¡Daniel! ¿quieres empezar la semana castigado?
-Sí, señorita.
-Muy bien, hoy te quedarás sin recreo.
Daniel tenía 8 años, era el mayor de la clase ; travieso y desobediente. Era un niño un poco rebelde. Las chicas temían sus burlas, pero los chicos le adoraban, todos querían ser amigos suyos.
-Quiero presentaros a una nueva compañera- dijo la maestra.- Se llama Elena. Démosle un aplauso de bienvenida. Todos aplaudieron excepto Daniel.
Elena era una niña menudita y tímida; el blanco perfecto para las bromas de Daniel.
A Elena cada día le desaparecía algo: una goma, el lápiz, el libro de matemáticas...
Aunque sabía que Daniel era el culpable de todas estas desapariciones, pues lo veía cuchichear y reirse con sus amigos, no le decía nada a la señorita.
Se acercaba a la jaula del periquito que había en clase y luego iba al sitio exacto dónde Daniel había escondido sus cosas. Un tanto enfadada, eso sí.
El día que Elena se fue al lavabo de los chicos a buscar su bolsa de aseo, Daniel, muy enfadado porque sus bromas no tenían el efecto deseado, le preguntó: ¿quién te dice donde escondo tus cosas? Es Carlos, ¿verdad?
-No, no es ninguno de tus amigos. Me lo dice Paquito.
-¿Paquito?
-Sí, el periquito, se llama Paquito. Como no tenía nombre le he puesto como a mi abuelo, contesta Elena.
-Los pájaros no hablan.
-Conmigo, sí. Yo puedo hablar con los pájaros. Es un don que tengo. Ya de pequeña me dí cuenta de que entendía lo que decían.
-Eres una mentirosa, contesta Daniel. Ya averiguaré quien es el chivato. ¡Se va a enterar!
La semana siguiente , toda la clase salió de excursión al monte. Tenían que recoger plantas para el herbolario de la escuela.
Estaban todos muy ilusionados, porque ese día no tendrían que estudiar.
- A ver, niños. Poneos por parejas. Daniel, tú irás con Elena. Como es una niña muy responsable, no se dejará embaucar con tus tonterías. Recordad: no os separeis, no os alejeis demasiado y si teneis algún problema tocad el pito. ¿Lo habeis entendido?
- Sí señorita.
En cuanto perdieron de vista a la profesora, Daniel se soltó de la mano de Elena.
-Recoge tú las plantas, yo me voy a buscar renacuajos.
-Pero Daniel, si no hay charcas por aquí cerca.
-¿Y tú qué sabes?. Ya, te lo han dicho tus amigos los pájaros, ¿verdad?- se burló Quique. Ni se te ocurra decirle a la señorita que me he ido.
-No soy ninguna chivata- contesta Elena. Sabía que eras tú el que me quitaba todas mis cosas y nunca te he delatado.
Pero Daniel ya no la escuchaba. Se había ido corriendo.
Cuando la señorita los llamó para ir a comer, Daniel aún no había regresado y Elena empezó a preocuparse. Seguro que le ha pasado algo, pensó: se habrá perdido o se habrá caido. Tendré que buscarlo yo sola, si se lo digo a la profesora lo castigará por desobiente.
Y Elena empezó a piar muy suavemente, llamando a sus amigos los pájaros, pidiendoles ayuda para encontrar a su amigo Daniel.
Guiada por los pájaros, lo encontró en el fondo de un barranco, llorando porque se había torcido el tobillo al caerse y no podía andar.
-¡Daniel, menos mal que te he encontrado! Estaba muy preocupada.
-¡Elena!, ¿cómo sabías que estaba aquí? Pensé que no me encontrarían.
-Ya te dije que podía hablar con los pájaros. Han sido ellos los que me han dicho dónde estabas.
-Entonces, es verdad. Yo creía que me estabas mintiendo, que te burlabas de mí. Perdóname, no volveré a meterme contigo.
- No pasa nada, Daniel. Pero tendré que ir a buscar ayuda, con lo que pesas no voy a poder llevarte en brazos.
Elena y Daniel rieron felices. Ese pequeño accidente había servido para sellar una bonita amistad.
Todos callaron al instante al oir la voz de la maestra. Todos menos Daniel, que siguió hablando.
-¡Daniel! ¿quieres empezar la semana castigado?
-Sí, señorita.
-Muy bien, hoy te quedarás sin recreo.
Daniel tenía 8 años, era el mayor de la clase ; travieso y desobediente. Era un niño un poco rebelde. Las chicas temían sus burlas, pero los chicos le adoraban, todos querían ser amigos suyos.
-Quiero presentaros a una nueva compañera- dijo la maestra.- Se llama Elena. Démosle un aplauso de bienvenida. Todos aplaudieron excepto Daniel.
Elena era una niña menudita y tímida; el blanco perfecto para las bromas de Daniel.
A Elena cada día le desaparecía algo: una goma, el lápiz, el libro de matemáticas...
Aunque sabía que Daniel era el culpable de todas estas desapariciones, pues lo veía cuchichear y reirse con sus amigos, no le decía nada a la señorita.
Se acercaba a la jaula del periquito que había en clase y luego iba al sitio exacto dónde Daniel había escondido sus cosas. Un tanto enfadada, eso sí.
El día que Elena se fue al lavabo de los chicos a buscar su bolsa de aseo, Daniel, muy enfadado porque sus bromas no tenían el efecto deseado, le preguntó: ¿quién te dice donde escondo tus cosas? Es Carlos, ¿verdad?
-No, no es ninguno de tus amigos. Me lo dice Paquito.
-¿Paquito?
-Sí, el periquito, se llama Paquito. Como no tenía nombre le he puesto como a mi abuelo, contesta Elena.
-Los pájaros no hablan.
-Conmigo, sí. Yo puedo hablar con los pájaros. Es un don que tengo. Ya de pequeña me dí cuenta de que entendía lo que decían.
-Eres una mentirosa, contesta Daniel. Ya averiguaré quien es el chivato. ¡Se va a enterar!
La semana siguiente , toda la clase salió de excursión al monte. Tenían que recoger plantas para el herbolario de la escuela.
Estaban todos muy ilusionados, porque ese día no tendrían que estudiar.
- A ver, niños. Poneos por parejas. Daniel, tú irás con Elena. Como es una niña muy responsable, no se dejará embaucar con tus tonterías. Recordad: no os separeis, no os alejeis demasiado y si teneis algún problema tocad el pito. ¿Lo habeis entendido?
- Sí señorita.
En cuanto perdieron de vista a la profesora, Daniel se soltó de la mano de Elena.
-Recoge tú las plantas, yo me voy a buscar renacuajos.
-Pero Daniel, si no hay charcas por aquí cerca.
-¿Y tú qué sabes?. Ya, te lo han dicho tus amigos los pájaros, ¿verdad?- se burló Quique. Ni se te ocurra decirle a la señorita que me he ido.
-No soy ninguna chivata- contesta Elena. Sabía que eras tú el que me quitaba todas mis cosas y nunca te he delatado.
Pero Daniel ya no la escuchaba. Se había ido corriendo.
Cuando la señorita los llamó para ir a comer, Daniel aún no había regresado y Elena empezó a preocuparse. Seguro que le ha pasado algo, pensó: se habrá perdido o se habrá caido. Tendré que buscarlo yo sola, si se lo digo a la profesora lo castigará por desobiente.
Y Elena empezó a piar muy suavemente, llamando a sus amigos los pájaros, pidiendoles ayuda para encontrar a su amigo Daniel.
Guiada por los pájaros, lo encontró en el fondo de un barranco, llorando porque se había torcido el tobillo al caerse y no podía andar.
-¡Daniel, menos mal que te he encontrado! Estaba muy preocupada.
-¡Elena!, ¿cómo sabías que estaba aquí? Pensé que no me encontrarían.
-Ya te dije que podía hablar con los pájaros. Han sido ellos los que me han dicho dónde estabas.
-Entonces, es verdad. Yo creía que me estabas mintiendo, que te burlabas de mí. Perdóname, no volveré a meterme contigo.
- No pasa nada, Daniel. Pero tendré que ir a buscar ayuda, con lo que pesas no voy a poder llevarte en brazos.
Elena y Daniel rieron felices. Ese pequeño accidente había servido para sellar una bonita amistad.
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