Noche tras noche la Luna observaba al tobogán, que estaba silencioso y triste porque no había niños jugando con él.
Noche tras noche la Luna pensaba: sería maravilloso jugar con el tobogán. El está solo y yo también. Seguro que nos haríamos amigos.
Una noche la Luna se dedició a hablarle al tobogán: tobogán, ¿puedo jugar contigo?
El tobogán asombrado respondió: claro, pero ¿cómo?. Tú estás ahí arriba y yo aquí abajo.
- Pues bajando, respondió la Luna. Y al momento apareció junto al tobogán.
Se divirtieron tanto, que muchas noches, cuando el tobogán estaba triste, la Luna se escapaba para jugar con él.
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