El príncipe a la princesa miraba,
mientras rosas cortaba.
No hay rosa más bella que tú, le dijo.
La princesa al oírlo, lloró
y el principe lleno de amor, quedó.
Mis lágrimas no son de amor,
son de dolor, dijo la princesa.
Pues una espina en mi dedo se clavó.
El príncipe triste y desengañado se quedó,
y de allí se marchó.
Nunca más de la princesa me fiaré,
sus lágrimas son engañosas y hieren
como las espinas de la frágil rosa.
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