martes, 13 de julio de 2010

¡Hemos ganado!

—¡¡¡Gol, gol, gooool!!! —gritaba el papá de Pablito, mientras daba saltos como si fuera un canguro y apretaba los puños —. ¡Sí, sí, sí!

Abrió la ventana y gritó:
—¡Les vamos a dar la del pulpo!
—¡Sí, la del pulpo Paul! —contestó otra voz desde la calle.

Pablito pegó un brinco. Estaba jugando tranquilamente con sus coches, muy feliz porque era de noche y no le habían dicho que se fuera ya a la cama, y los gritos le asustaron.

“¿Mi papá gritando? ¿Mi mamá no le riñe, y lo abraza? Aquí pasa algo raro”, pensó Pablito.
“Mi padre nunca grita cuando ve un partido de fútbol y mi madre es que ni siquiera los ve.
Y ahora, mírala, llorando de alegría. Aquí pasa algo raro. Le preguntaré a mi hermano.”

El hermano mayor de Pablito, tenía ya 14 años, y era muy listo, pero siempre que podía le daba alguna colleja, por eso Pablito procuraba mantenerse alejado de él. Pero ahora estaba muy extrañado por el comportamiento tan “raro” de sus padres. Así que se armó de valor y le dijo:
—Tete.
—¿Qué quieres, enano? ¿No ves qué estoy viendo el partido?
—Sí, pero, ¿por qué este partido es distinto? —dijo Pablito.
—¿Distinto cómo? —le preguntó su hermano.
—Mamá lo está viendo, y papá grita.
—Pues claro, enano. Es la final de la copa del mundo. ¡Y España va ganando!
—¿Por eso están todos tan contentos? —preguntó Pablito.
—¡Claro! Y ahora calla —le ordenó mientras miraba extasiado el televisor.

A Pablito le habría gustado preguntar por qué era tan importante ganar la copa del mundo, pero no quería tentar a la suerte. De momento había salido ileso.

Piiii. Final del partido.

—¡¡Hemos ganado!! —gritaba el papá de Pablito, eufórico—. ¡¡Hemos ganado!!
—¿Y qué nos van a regalar, papá? —le preguntó Pablito. El sabía que cuando ganabas, te regalaban algo.

Aunque él todavía no había ganado nada, pero a su amigo Quique, que ganó el concurso de sumas, le regalaron un estuche azul marino con una goma, un sacapuntas, y dos lápices.
Y estuvo presumiendo más de una semana.

—A nosotros nada. A los jugadores una medalla y una copa. Pero somos campeones del mundo .Los mejores, hijo. Los mejores —le contestó su papá, mientras lo cogía en brazos y lo abrazaba.—. Vamos a celebrarlo.
—¿Tomándonos un helado? —preguntó Pablito esperanzado. Sus papás estaban tan contentos que a lo mejor no se acordaban que tenía prohibido tomar helados por la noche, pues luego le dolía la tripita.
—Claro, hijo. Tomándonos una gran copa de helado —contestó su papá riendo.
—Venga, vámonos ya —dijo mamá riendo también.

Realmente estaba siendo una noche muy rara.

Cogieron la bandera de España, y subieron al coche. Y no pararon de pitar, como hacían todos los otros coches.
Primero pensaron en acercarse a la plaza del ayuntamiento, pero había tantísima gente, que cambiaron de idea y terminaron en la heladería favorita de Pablito, que también estaba llena de gente. Pidieron la “copa del mundo”, que estaba riquísima, y luego se fueron a dar otra vuelta con el coche y a seguir pitando.

—¡Una noche memorable! —exclamó el hermano de Pablito.
—Una noche muy rara —dijo Pablito mientras se le cerraban los ojos—. Pero… que se repita.

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