En el fondo del mar,
se esconde un tesoro.
Un cofre lo guarda,
¿quién lo encontrará?
Las sirenas callan,
guardando el secreto.
Los delfines las rondan,
quieren hacerlas cantar.
Caballitos y estrellas de mar
alrededor del cofre bailan.
¿Dónde están las llaves?
¿Quién las encontrará?
El niño que lo consiga
muy afortunado será.
lunes, 28 de julio de 2008
jueves, 17 de julio de 2008
El país de los deseos
El país de los deseos es un reino lejano y escondido. Sólo los niños que creen en la magia lo pueden encontrar.
Anabel cogió su mochila y les dijo adios a sus juguetes y a sus papás.
-Me voy a buscar el país de los deseos -dijo.
Sus papás se rieron, porque pensaron que era otra de las muchas ocurrencias de su imaginativa hija.
-Muy bien, cariño. ¿Y cuándo volverás?
-Cuando encuentre al hada de los deseos. Quiero pedirle que Elena se ponga pronto buena.
Sus padres se miraron muy tristes al oírla.
-Anabel, verás. El hada de los deseos, no existe. Es tan sólo un cuento. Pero no te preocupes. Los médicos están cuidando muy bien a Elena. Pronto se pondrá buena.
Pero Anabel vio la tristeza reflejada en los ojos de sus padres. Su amiga no saldría del hospital.
Entró llorando en su habitación.
-¿Qué te pasa Anabel? -le preguntó Margarita, su muñeca.
-Que el país de los deseos no existe, ni el hada. Y Elena no se pondrá buena.
-¿Tú crees en la magia?
-Claro -contestó Anabel.
-Pues si crees en ella, encontrarás el país de los deseos y al hada -le dijo Margarita.
-¿Cómo?
-Cierra los ojos. Piensa con mucha fuerza: quiero ir al país de los deseos. Quiero ver al hada. Quiero ir al país de los deseos. Quiero ver al hada.
Anabel así lo hizo. Y cuando los abrió, se encontró en un salón de mármol, rodeada de muchos niños.
-¿Dónde estoy? -preguntó.
-En el palacio del hada de los deseos. Este es el salón de recepción -le dijo una niña.
-Oh!¿Entonces existe?
-Pues claro. Si no, no estarías aquí.
-Tienes que apuntar tu deseo en ese libro de ahí -le dijo otro niño-. Pero ten cuidado, porque si es un deseo egoista aparecerá un cocodrilo y te comerá.
-¿Y ya se ha comido a algún niño? -preguntó Anabel, un poco asustada.
-Sí. A una niña que quería ser la más guapa de la clase. A un niño que quería tener más juguetes que su hermano; a otro niño que quería ser el más fuerte, para pegar a los demás...
-¡Uff. Cuántos! ¿Y tú, ya has escrito tu deseo?
-Sí. Yo le he pedido que mi hermanito hable. Mis papás están muy tristes, y yo sé que es porque mi hermanito no sabe hablar.
-Pues yo le voy a pedir que Elena se ponga pronto buena, y salga del hospital para que podamos jugar juntas otra vez. Y me da igual el cocodrilo -dijo Anabel mientras escribía su deseo.
Al terminar se escuchó una voz melodiosa: "Ven, Anabel. Te espero".
Y Anabel se encontró de pronto en un hermoso jardín, con un pequeño riachuelo. Rodeada de flores, mariposas y pájaros que piaban felices.
-¡Qué bonito! -exclamó.
-Así es tu corazón -le contestó una hermosa mujer.
Llevaba el pelo largo, de un color azul cielo. Sus ojos eran de color marrón y vestía una túnica de color azul turquesa con ribetes dorados. Era el hada de los deseos.
-Querida niña. Tu deseo se cumplirá. Cree siempre en mí y en la magia. Y le dio un beso.
Anabel se encontró otra vez en su habitación
-Margarita, Margarita, he visitado el país de los deseos y he visto al hada. Es muy hermosa. Elena se pondrá buena muy pronto.
Y así fue. A los pocos días, Elena salió del hospital y juntas fueron a darle las gracias al hada de los deseos.
La magia las acompaña siempre porque creyeron en ella.
Anabel cogió su mochila y les dijo adios a sus juguetes y a sus papás.
-Me voy a buscar el país de los deseos -dijo.
Sus papás se rieron, porque pensaron que era otra de las muchas ocurrencias de su imaginativa hija.
-Muy bien, cariño. ¿Y cuándo volverás?
-Cuando encuentre al hada de los deseos. Quiero pedirle que Elena se ponga pronto buena.
Sus padres se miraron muy tristes al oírla.
-Anabel, verás. El hada de los deseos, no existe. Es tan sólo un cuento. Pero no te preocupes. Los médicos están cuidando muy bien a Elena. Pronto se pondrá buena.
Pero Anabel vio la tristeza reflejada en los ojos de sus padres. Su amiga no saldría del hospital.
Entró llorando en su habitación.
-¿Qué te pasa Anabel? -le preguntó Margarita, su muñeca.
-Que el país de los deseos no existe, ni el hada. Y Elena no se pondrá buena.
-¿Tú crees en la magia?
-Claro -contestó Anabel.
-Pues si crees en ella, encontrarás el país de los deseos y al hada -le dijo Margarita.
-¿Cómo?
-Cierra los ojos. Piensa con mucha fuerza: quiero ir al país de los deseos. Quiero ver al hada. Quiero ir al país de los deseos. Quiero ver al hada.
Anabel así lo hizo. Y cuando los abrió, se encontró en un salón de mármol, rodeada de muchos niños.
-¿Dónde estoy? -preguntó.
-En el palacio del hada de los deseos. Este es el salón de recepción -le dijo una niña.
-Oh!¿Entonces existe?
-Pues claro. Si no, no estarías aquí.
-Tienes que apuntar tu deseo en ese libro de ahí -le dijo otro niño-. Pero ten cuidado, porque si es un deseo egoista aparecerá un cocodrilo y te comerá.
-¿Y ya se ha comido a algún niño? -preguntó Anabel, un poco asustada.
-Sí. A una niña que quería ser la más guapa de la clase. A un niño que quería tener más juguetes que su hermano; a otro niño que quería ser el más fuerte, para pegar a los demás...
-¡Uff. Cuántos! ¿Y tú, ya has escrito tu deseo?
-Sí. Yo le he pedido que mi hermanito hable. Mis papás están muy tristes, y yo sé que es porque mi hermanito no sabe hablar.
-Pues yo le voy a pedir que Elena se ponga pronto buena, y salga del hospital para que podamos jugar juntas otra vez. Y me da igual el cocodrilo -dijo Anabel mientras escribía su deseo.
Al terminar se escuchó una voz melodiosa: "Ven, Anabel. Te espero".
Y Anabel se encontró de pronto en un hermoso jardín, con un pequeño riachuelo. Rodeada de flores, mariposas y pájaros que piaban felices.
-¡Qué bonito! -exclamó.
-Así es tu corazón -le contestó una hermosa mujer.
Llevaba el pelo largo, de un color azul cielo. Sus ojos eran de color marrón y vestía una túnica de color azul turquesa con ribetes dorados. Era el hada de los deseos.
-Querida niña. Tu deseo se cumplirá. Cree siempre en mí y en la magia. Y le dio un beso.
Anabel se encontró otra vez en su habitación
-Margarita, Margarita, he visitado el país de los deseos y he visto al hada. Es muy hermosa. Elena se pondrá buena muy pronto.
Y así fue. A los pocos días, Elena salió del hospital y juntas fueron a darle las gracias al hada de los deseos.
La magia las acompaña siempre porque creyeron en ella.
sábado, 12 de julio de 2008
Ernie, el mono que comía nueces
Había una vez, un mono al que no le gustaban los cacahuetes, se llamaba Ernie y a él lo que le gustaban eran las nueces.
Ernie era una pequeño mono muy gracioso, que vivía en el zoo con su familia.
A los niños les encantaban sus "monerías", y siempre le tiraban cachuetes. Esto le molestaba mucho a Ernie porque no le gustaban, y además, les tenía alergia.
Su madre le decía: tienes que comerte los cacahuetes, hijo. Los niños se pondrán tristes si no lo haces.
Y Ernie, que era un monito muy obediente, se los comía. Pero enseguida empezaba a estornudar y estornudar.
Tanto estornudaba, que los ojos y la nariz se le hinchaban y se le ponían rojos como un tomate. Así que cuando los niños tiraban cacahuetes, se escondía para no tener que comérselos.
Lo que de verdad le gustaba a este monito tan particular eran las nueces. Las adoraba.
-Mamá, yo quiero comer nueces -decía.
-Pero, Ernie, los monos no comen nueces.
-Claro que sí. Los monos comemos de todo y las nueces están riquíisimas.
-Ay, hijo. ¡Qué raro eres!¿Y se puede saber cuándo has probado tú las nueces? -preguntó su mamá.
-Un día a un niño se le cayeron de una bolsa, unas cosas redondas y marrones. Y me dijo: monito, dame las nueces. No me gustó que me llamara "monito", así que no se las dí.
-¿Y qué hiciste con ellas?
-Me comí lo que llevaban dentro. Si el niño las quería, seguro que estaba bueno. Ya no me quedan más, y quiero más.
-Pues lo siento, hijo, pero nosotros no tenemos nueces.
Pasaron los días y Ernie no podía pensar en otra cosa que no fueran las nueces. Hasta soñaba con ellas. Así que una mañana, se armó de valor y fue a hablar con el león.
-Señor león. ¿Usted come nueces? -le preguntó.
-Claro que no. ¿Por quién me has tomado? Yo solo como carne. Soy un animal carnívoro -le contestó, muy enfadado.
Y Ernie, se marchó de allí muy triste. El creía que esa melena tan preciosa se debía a que comía muchas nueces.
Hablaré con los delfines. Son inteligentes y nadan muy bien. Seguro que ellos sí que comen nueces, pensó.
-Señor delfín. ¿Podría darme alguna nuez? Me gustan mucho.
-Ji,ji, ji -rió el delfín- nosotros no comemos nueces, pequeño. Los delfines comemos pescado. Habla con la jirafa, ella es un animal herbívoro.
Y se zambulló en el agua, a contarle a sus amigos, la ocurrencia de este pequeño mono.
Ernie no había oido esa palabra en su vida, pero se fue a hablar con la jirafa.
-Señora jirafa. ¿Usted es un animal herbívoro?
-Sí, como frutas y verduras- contestó.
-Entonces comerá nueces. ¿Me daría unas pocas?
-Pero pequeño, ¿cómo voy a comer nueces con lo duras que están? Yo como hojas tiernas y sabrosas.
-Las nueces muy tiernas no son, pero sí sabrosas. Y yo quiero -dijo Ernie, llorando pues veía que no volvería a comerlas.
-No llores,pequeño. Mira, con este cuello tan largo que tengo, puedo ver lo que ocurre en el zoo. Y algunos días he visto al cuidador comiendo nueces. Habla con él.
-Gracias señora jirafa -dijo Ernie, muy contento.
Y se fue a buscar al cuidador.
Esperó paciente a que terminara sus tareas, y cuando ya se iba a casa le preguntó: ¿señor cuidador, usted come nueces?
-¿Qué has dicho, pequeño? -preguntó el cuidador que no terminaba de creer lo que estaba escuchando.
-Que si usted come nueces.
-Pues sí. Yo como de todo. Nueces, pescado, carne, verdura....
Ernie empezó a dar saltos d ealegría. Por fin había encontradao a alguien que comiera nueces.
-¿Y usted me daría unas pocas? Es que me gustan mucho.
-Pero los monos no comen nueces -contestó el cuidador.
-Yo sí. ¿me daría unas pocas, por favor? -insistió Ernie.
-Claro, pero si me prometes que no comerás solo nueces.
-Lo prometo, lo prometo.
Ahora Ernie es un monito feliz, porque puede comer cuantas nueces quiera. Eso sí, siempre que pruebe otro tipo de alimentos.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Ernie era una pequeño mono muy gracioso, que vivía en el zoo con su familia.
A los niños les encantaban sus "monerías", y siempre le tiraban cachuetes. Esto le molestaba mucho a Ernie porque no le gustaban, y además, les tenía alergia.
Su madre le decía: tienes que comerte los cacahuetes, hijo. Los niños se pondrán tristes si no lo haces.
Y Ernie, que era un monito muy obediente, se los comía. Pero enseguida empezaba a estornudar y estornudar.
Tanto estornudaba, que los ojos y la nariz se le hinchaban y se le ponían rojos como un tomate. Así que cuando los niños tiraban cacahuetes, se escondía para no tener que comérselos.
Lo que de verdad le gustaba a este monito tan particular eran las nueces. Las adoraba.
-Mamá, yo quiero comer nueces -decía.
-Pero, Ernie, los monos no comen nueces.
-Claro que sí. Los monos comemos de todo y las nueces están riquíisimas.
-Ay, hijo. ¡Qué raro eres!¿Y se puede saber cuándo has probado tú las nueces? -preguntó su mamá.
-Un día a un niño se le cayeron de una bolsa, unas cosas redondas y marrones. Y me dijo: monito, dame las nueces. No me gustó que me llamara "monito", así que no se las dí.
-¿Y qué hiciste con ellas?
-Me comí lo que llevaban dentro. Si el niño las quería, seguro que estaba bueno. Ya no me quedan más, y quiero más.
-Pues lo siento, hijo, pero nosotros no tenemos nueces.
Pasaron los días y Ernie no podía pensar en otra cosa que no fueran las nueces. Hasta soñaba con ellas. Así que una mañana, se armó de valor y fue a hablar con el león.
-Señor león. ¿Usted come nueces? -le preguntó.
-Claro que no. ¿Por quién me has tomado? Yo solo como carne. Soy un animal carnívoro -le contestó, muy enfadado.
Y Ernie, se marchó de allí muy triste. El creía que esa melena tan preciosa se debía a que comía muchas nueces.
Hablaré con los delfines. Son inteligentes y nadan muy bien. Seguro que ellos sí que comen nueces, pensó.
-Señor delfín. ¿Podría darme alguna nuez? Me gustan mucho.
-Ji,ji, ji -rió el delfín- nosotros no comemos nueces, pequeño. Los delfines comemos pescado. Habla con la jirafa, ella es un animal herbívoro.
Y se zambulló en el agua, a contarle a sus amigos, la ocurrencia de este pequeño mono.
Ernie no había oido esa palabra en su vida, pero se fue a hablar con la jirafa.
-Señora jirafa. ¿Usted es un animal herbívoro?
-Sí, como frutas y verduras- contestó.
-Entonces comerá nueces. ¿Me daría unas pocas?
-Pero pequeño, ¿cómo voy a comer nueces con lo duras que están? Yo como hojas tiernas y sabrosas.
-Las nueces muy tiernas no son, pero sí sabrosas. Y yo quiero -dijo Ernie, llorando pues veía que no volvería a comerlas.
-No llores,pequeño. Mira, con este cuello tan largo que tengo, puedo ver lo que ocurre en el zoo. Y algunos días he visto al cuidador comiendo nueces. Habla con él.
-Gracias señora jirafa -dijo Ernie, muy contento.
Y se fue a buscar al cuidador.
Esperó paciente a que terminara sus tareas, y cuando ya se iba a casa le preguntó: ¿señor cuidador, usted come nueces?
-¿Qué has dicho, pequeño? -preguntó el cuidador que no terminaba de creer lo que estaba escuchando.
-Que si usted come nueces.
-Pues sí. Yo como de todo. Nueces, pescado, carne, verdura....
Ernie empezó a dar saltos d ealegría. Por fin había encontradao a alguien que comiera nueces.
-¿Y usted me daría unas pocas? Es que me gustan mucho.
-Pero los monos no comen nueces -contestó el cuidador.
-Yo sí. ¿me daría unas pocas, por favor? -insistió Ernie.
-Claro, pero si me prometes que no comerás solo nueces.
-Lo prometo, lo prometo.
Ahora Ernie es un monito feliz, porque puede comer cuantas nueces quiera. Eso sí, siempre que pruebe otro tipo de alimentos.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
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