Icaro era un niño solitario y soñador. Se pasaba las tardes mirando a los pájaros, en lugar de jugar con los otros niños.
Observaba el movimiento de las alas al volar. Fuerte y seguro para las grandes aves. Más rápido y de movimientos cortos el de los pájaros más pequeños.
Un día, Icaro le preguntó a su padre: papá, ¿porqué nosotros no podemos volar como los pájaros?
-Porque no tenemos alas- le contestó su padre.
-Entonces, si nos crecieran alas, ¿podríamos volar?
-Es posible, hijo. Pero en lugar de pensar en estas cosas, ¿porqué no vas a jugar con tus amigos?
-Porque prefiero perseguir un sueño- contestó Icaro, muy bajito.
Icaro pensó mucho en las palabras de su padre. Si quería volar, tendría que construirse unas alas. Para éso, necesitaría recoger todas las plumas de ave que encontrara. Esta tarea le llevó varios meses, pero no le importó. En lo único que pensaba era en poder construir unas hermosas alas, para poder volar.
Cuando al fin tuvo las plumas necesarias, utilizó las gotas de cera de una vela encendida, para unirlas todas.
Y un día que amaneció soleado, Icaro cogió sus alas, subió a lo alto del monte y desde allí se lanzó al vacío.
Empezó a mover los brazos, imitando el movimiento de los pájaros, pero no conseguía elevarse porque era muy pequeño para esas alas tan grandes y no tenía suficiente fuerza.
El viento se apiadó de él y empezó a soplar con fuerza, dándole el impulso que necesitaba.
-Estoy volando- pensó Icaro, feliz.
Pero tan emocionado estaba, que no se dio cuenta de que se estaba acercando demasiado al sol. Tan cerca llegó, que sus rayos empezaron a derretir la cera que unía sus alas y éstas se rompieron.
Icaro se caía al mar.
Pero las nubes, que habían admirado la constancia de ese niño, se unieron formando una mano, grande y esponjosa, que acogió a Icaro en su palma, evitando así que se ahogase en el mar.
Y lo llevaron de vuelta a la cima de la colina.
Icaro regresó a su casa, feliz. Gracias a la generosidad del viento y al amor de las nubes, se había realizado su sueño: volar como los pájaros.
jueves, 7 de febrero de 2008
La chaqueta gris
Había una vez, una chaqueta de color gris, que estaba triste porque nadie quería jugar con ella.
-Juega conmigo, pantalón- dijo la chaqueta.
-No quiero, le contestó. Eres una chaqueta y además gris, eres fea. Yo solo juego con otros pantalones.
Y la chaqueta s equedó en un rincón, viendo como el pantalón jugaba con sus amigos.
-¿No juegas?- le preguntaron.
-¿Con quién?. El pantalón no quiere jugar conmigo porque soy una chaqueta y además de color gris.
-Con nosotras- contestaron unas voces.
La chaqueta gris levantó la cabeza y vio que estaba rodeada de chaquetas de todos los colores. Había una roja, una verde, otra azul.
-¡Qué bonitas sois!- exclamó.
-Tú también lo serás. Juega con nosotras. Cada una te dará un poco de su color y así dejarás de ser gris.
Y así sucedió. A medida que iban jugando, la chaqueta se iba tiñendo de todos los colores y dejó de ser gris, para convertirse en una feliz chaqueta multicolor.
FIN
-Juega conmigo, pantalón- dijo la chaqueta.
-No quiero, le contestó. Eres una chaqueta y además gris, eres fea. Yo solo juego con otros pantalones.
Y la chaqueta s equedó en un rincón, viendo como el pantalón jugaba con sus amigos.
-¿No juegas?- le preguntaron.
-¿Con quién?. El pantalón no quiere jugar conmigo porque soy una chaqueta y además de color gris.
-Con nosotras- contestaron unas voces.
La chaqueta gris levantó la cabeza y vio que estaba rodeada de chaquetas de todos los colores. Había una roja, una verde, otra azul.
-¡Qué bonitas sois!- exclamó.
-Tú también lo serás. Juega con nosotras. Cada una te dará un poco de su color y así dejarás de ser gris.
Y así sucedió. A medida que iban jugando, la chaqueta se iba tiñendo de todos los colores y dejó de ser gris, para convertirse en una feliz chaqueta multicolor.
FIN
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